“¿Cómo dicen que el Metropolitano está en quiebra? ¡Bah! Mire cómo
está, ¡va sopa! ¿Sí o no? Encima que uno tiene que hacer cola hay que
viajar como caballo, carajo”, se queja un anciano de cabello canoso,
nariz ancha y voz ronca. “Los del Metropolitano son unos abusivos.
Miren, señores periodistas, cómo nos amontonan como si fuésemos
animales”, se une a la protesta otro pasajero. Son las 6:07 de la tarde y
la estación Canaval y Moreyra, en San Isidro, hierve de gente como el
infierno. “¡Respeten la cola, señores, respeten la cola!”, nos grita una
señora de sombrero y bastón que apenas puede caminar. Cree que nos
estamos ‘colando’. Ella es solo una de los miles de usuarios que, entre
codazos y empujones, luchan por conseguir un asiento.
“Siempre es lo mismo a esta hora. Sería bueno que así como existen
lugares reservados también haya colas reservadas para mujeres con
bebés”, dice Kathleen Oré, una madre de cejas delineadas con lápiz negro
de 19 años. Lo mismo opina Ricardo Rubines, un trabajador del
Ministerio de Agricultura que ha aprendido a no poner cara larga cada
vez que sale de casa a las siete de la mañana y termina la jornada a las
seis de la tarde. Su medio de transporte: el Metropolitano. Lo
encontramos haciendo cola en su silla de ruedas. Está esperando la letra
A para bajarse en la estación de Emancipación, en el Cercado de Lima.
“Debería haber un ingreso exclusivo para discapacitados”, reniega
alguien que normalmente espera 15 minutos para abordar un bus más o
menos “vacío” en hora punta. “El problema, además de la falta de
unidades, es que la gente no me deja pasar. Mi silla y yo ocupamos dos
asientos”, dice. Mientras conversamos sobre lo que le molesta del
servicio de transporte público, vemos cómo las puertas de embarque se
abren y cierran aplastando más de un cuerpo. Los más felices, claro, son
aquellos que pagan con gusto su sol cincuenta para restregar su pelvis
contra todo lo que puedan.
Don Ricardo toma impulso desde su silla para ver si encuentra sitio
en el bus que acaba de estacionarse. Antes de que pueda avanzar, la
gente que está detrás de él lo esquiva y logra subir primero dejándolo
sin espacio. Vuelve a intentarlo por segunda vez, pero una pasajera se
niega a cederle el asiento.
¿Qué siente en estos momentos? “Ya no siento impotencia, ni cólera.
Los años te enseñan que no puedes cambiar la ignorancia de la gente. En
hora punta se aplica la ley de la selva: entra el que se zampa primero.
Todos quieren llegar rápido a su casa”, responde agriado.
Caminamos al embarque 2 para conversar con más usuarios hartos de
viajar en hora pico. Allí encontramos a Segundo Acuña, un funcionario
público de 44 años. Está haciendo fila para recargar su tarjeta con S/.
1.50. “Esto pasa en las mañanas y en las tardes. Uno hace cola para
recargar y para abordar. No sé por qué la municipalidad no duplica las
unidades, por las huevas uno paga impuestos”, se queja en voz alta.
Regresamos al embarque 1 para vivir en carne propia lo que miles
padecen a diario. Tomamos la letra B. Esta nos dejará en la estación
Naranjal, el terminal más poblado del Metropolitano. Cuando las puertas
finalmente se cierran vemos que un hombre de terno y corbata se ha
recostado en las puertas de ingreso y salida. De repente, una voz
femenina dice a través del speaker: “El Metropolitano te recuerda: Por
su seguridad evite recostarse en la puerta de los buses. No ingrese o
salga del bus cuando las alarmas enciendan el aviso de cierre de puertas
y fíjese bien en el espacio que existe entre el bus y el embarque al
momento de ingresar o de salir”. Miramos al señor que asegura llamarse
Hunilberto Gonzales y este solo atina a reírse. “A falta de espacio hay
que acomodarse donde se puede”, dice.
Nos abrimos paso entre la multitud para seguir recolectando quejas.
En la parte trasera, una guapa joven de nariz pequeña y labios gruesos
intenta contener la respiración. El olor que dispara la axila que está
justo encima de ella es para morirse. “Además de soportar los ‘humores’,
tengo que estar pendiente de los mañosos que se ubican estratégicamente
detrás de una para ya tú sabes qué”, me dice Jeaneth Huamán Aliaga,
asistente de contabilidad de 33 años. Jeaneth toma el Metropolitano en
la estación Canadá para bajar en el paradero UNI, en San Martín de
Porres. “Es un martirio, pero prefiero viajar así que en combi”,
asegura.
De repente una voz anuncia que la siguiente parada es la estación
Izaguirre. Ni los gritos de una pareja que discute porque uno no le
contestó el celular al otro son suficientes para que Yoli Huamán, una
nana de 40 años, despierte. Está tomando una siesta sobre el ‘acordeón’,
la parte central del bus. A su lado, la contempla su esposo. Viste un
polo de rayas celestes, bermudas y zapatillas blancas. “La gente no debe
viajar en estas condiciones. Debería haber un límite de pasajeros para
que todos vayan en sus asientos. Encima que salimos de trabajar cansados
tenemos que soportar esto”, se queja, al borde del bostezo, Johnny
Ochoa. Lo que más le molesta a esta pareja no son solo las colas, sino
el bochorno que se apodera de las unidades. “Es increíble que no haya un
servicio de ventilación. Aquí urge el aire acondicionado. ¿Siente cómo
apesta el carro?”, dice Johnny agitando su mano de lado a lado.
¿Qué es lo que más le molesta de viajar a esta hora?, le preguntamos
al pasajero de al lado que no deja de mirarnos. Viste una camisa
blanca, pantalón caqui y zapatos marrones. “¿No es obvio?”, responde
irónico. Enseguida añade: “A esta hora es imposible encontrar asientos
disponibles. Caballero nomás, me voy parado hasta Naranjal. En la mañana
es lo mismo”, admite limpiándose el sudor del bozo.
Una voz anuncia que hemos llegado a la estación final: Naranjal.
Mientras somos aplastados por cientos de pasajeros que intentan llegar
primero a la puerta, una muchacha de cabellos rojos sostiene en sus
manos un diario que tiene escrito la palabra “Terror” como titular. Ese
mismo término podría ser usado para definir con exactitud la experiencia
de los más de 350 mil usuarios que viajamos, en hora punta, en el
Metropolitano.
La Republica
Ya es hora que traigan buses biartculados, los volvo los fabrican en brasil y colombia, aquisito nomas. Implementar unos 8 o 12 para las horas puntas, daría un alivio al servicio...
ResponderEliminarEn mayo la atención diaria de pasajes del Metropolitano supera los 435,000 pasajes y han incrementado la cantidad de buses.
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